domingo, 25 de noviembre de 2012

De estrellas y candados

Esas estrellas que nos gustaría atrapar, guardar para nosotros, pero que se nos escurren, que siguen su camino, que brillan sólo cuando están en el cielo... Nos recuerda a ese poema tan bello de Pablo Neruda "Oda a una estrella". Con él os dejamos. Feliz domingo noche.
Asomando a la noche
en la terraza
de un rascacielos altísimo y amargo
pude tocar la bóveda nocturna
y en un acto de amor extraordinario
me apoderé de una celeste estrella.
Negra estaba la noche
y yo me deslizaba
por la calle
con la estrella robada en el bolsillo.
De cristal tembloroso
parecía
y era de pronto
como si Ilevara un paquete de hielo
o una espada de arcángel en el cinto.
La guardé
temeroso
debajo de la cama
para que no la descubriera nadie,
pero su luz atravesó
primero la lana del colchón,
luego las tejas,
el techo de mi casa.
Incómodos
se hicieron
para mí
los más privados menesteres.
Siempre con esa luz de astral acetileno
que palpitaba como si quisiera
regresar a la noche,
yo no podía preocuparme
de todos mis deberes
y así fue que olvidé pagar mis cuentas
y me quedé sin pan ni provisiones.
Mientras tanto,
en la calle,
se amotinaban
transeúntes, mundanos
vendedores atraídos
sin duda por el fulgor insólito
que veían salir de mi ventana.
Entonces
recogí
otra vez mi estrella,
con cuidado
la envolví en mi pañuelo
y enmascarado entre la muchedumbre
pude pasar sin ser reconocido.
Me dirigí al oeste,
al río Verde,
que allí bajo los sauces es sereno.
Tomé la estrella de la noche fría
y suavemente
la eché sobre las aguas.
Y no me sorprendió
que se alejara
como un pez insoluble
moviendo
en la noche del río
su cuerpo de diamante.


PABLO NERUDA



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